viernes, 13 de enero de 2012

Antonio López, pintor de lo cotidiano

Antonio López, pintor realista de lo cotidiano, lo conocido, lo cercano como escenas rurales de su pueblo natal, Tomelloso, paisajes urbanos de Madrid, retratos de sus familiares o los árboles que él mismo planta y ve crecer. Como Víctor Erice resalta: "Antonio López pinta la cualidad secreta de lo humilde de lo cotidiano". Como esos membrillos que cuelgan del membrillero bañados por la cálida luz del sol...


Su obsesión por la perfección le lleva a trabajar interminablemente cada obra intentando extraer la emoción que debe suscitar el verdadero arte, esa alma escondida entre los pinceles. Y lo consigue, su emoción reside en esa complejidad en la que se embarca, tan bien resuelta en esas imágenes que desde la distancia alcanzan un realismo sublime y cuando las observas de cerca puedes adivinar las pinceladas, los vacíos de pintura, los trazos de lápiz señalando medidas, y otros descubrimientos sorprendentes que el artista no trata de ocultar. Deja visto el proceso de la obra, una obra abierta a nuevos retoques, en continua evolución, como él dice: "Una obra nunca se acaba, sino que se llega al límite de las propias posibilidades."

Sus primeros trabajos, marcadamente influenciados por el cubismo picassiano, son, sobre todo, retratos de sus familiares más cercanos como el de su hija, María López Bilduma:



Las escalas arquitectónicas: interiores, escenas urbanas y vistas generales de la ciudad

Mi mayor descubrimiento personal de esta exposición de la obra de Antonio López han sido sus dibujos a lápiz sobre papel. El dibujo en toda su carrera ha sido tanto o más importante que la pintura. Recrea escenas en un blanco y negro tan perfecto como una fotografía y alcanza el hiperrealismo al ocultar la mínima pista de un trazo de grafito.

Los dibujos de los interiores de su casa como el espacio de su estudio de tres puertas y el cuarto de baño de azulejos manchados de óxido destilando pobreza, recrean ambientes, en muchos casos nocturnos, lejos de mostrarse acogedores, sino más bien decadentes y solitarios, cargados de misterio e iluminados por una luz eléctrica fría y tenebrosa evocadora de soledad y tristeza.






Su característica meticulosidad le lleva a realizar unas obras de tan alto nivel de detalle que poco a poco le exigen aumentar el tamaño del soporte para poder abarcar más espacio, ya que éste se le escapa de los límites del cuadro. Como en este óleo de la ciudad, donde el lienzo marca el corte del skyline que se extiende en la lejanía.



Pintor del tiempo, aprisionado por las estaciones se le escapan los matices de la luz, cambiante a cada instante. Las variaciones de la luz de cada momento del año le fuerzan a mantener varios proyectos en curso al mismo tiempo, unos a la espera del invierno siguiente, otros impacientes de continuar con la luz de una nueva primavera. Y así guarda los lienzos, aunque nada le asegura que durante el otoño del año próximo el sol ilumine las calles de igual manera que en el pasado... Como dice Víctor Erice, la mayor agonía de un artista, siempre deseoso de crear, es la espera.






lunes, 2 de enero de 2012