FLEUR JAEGGY. TEMBLOR DE LENGUAJE
Ensayos y Collages inspirados en la literatura de la escritora Fleur Jaeggy
Editorial SHANGRILA TEXTOS APARTE: UN ESPACIO FUERA DE CUADRO.
Textos:
Collages:




El siglo XX creció con la herencia del concepto proustiano de evocación. Nadie como el escritor francés había sido capaz
de hacer visible lo invisible a través de las palabras: música y
sonidos, olores, sabores, contradicciones íntimas, delirio y psicosis,
genealogías del caos... Pero si fue un hombre, Marcel Proust, quien creó
una forma de moldear literariamente los conceptos de evocación y
recuerdo, fueron dos mujeres, posteriormente, quienes redefinieron una
manera balsámica de exorcizar las derivas de nuestro pasado... La
primera fue la francesa Marguerite Duras; la segunda, la incisiva Fleur
Jaeggy. La literatura de ambas autoras está habitada por fantasmas que
atraviesan la frontera del tiempo. En el caso de Marguerite Duras, los
fantasmas son los otros, pero nunca dejan de revolotear alrededor de la
voz narradora. En el caso de Jaeggy, los fantasmas ya forman parte de la
narradora, de la voz íntima que deja fluir su conciencia, y la voz
única del yo siempre es una voz polisémica, colonizada por los
fantasmas, por las vivencias del pasado. Una voz polisémica que se
articula simbólicamente a través de las hermanas de 'El ángel de la
guarda' ('L’angelo custode', 1971) y que en obras posteriores pasa a
integrar un único cuerpo. (...)
'El tiempo en suspensión. Revoloteos alrededor del estilo literario de Fleur Jaeggy. Un texto de Faustino Sánchez
Cuando se termina una novela de Fleur Jaeggy uno no tiene la sensación de haber leído una novela corta. Sus narraciones
se extienden más allá del espacio físico que ocupa el texto, en virtud
de una extraña intensidad que brota de su escritura. Su estilo funciona
como una serie de catas en el abismo, aunque cuantitativamente cortas,
regresamos de esas lecturas con la sensación de haber contemplado la
inmensidad. Lo mismo ocurre con sus relatos y en especial con su último
libro publicado en castellano, 'Vidas conjeturales' ('Vite
congetturali', 2009), un minúsculo volumen que recoge tres breves
“biografías” de escritores y que es la expresión más perfecta hasta
ahora dentro de su obra de esa escritura que lo dice todo sin apenas
extenderse. Para que nos entendamos, no hablamos de un estilo
condensatorio o impresionista, sino lúcidamente intenso. Otros han
señalado su cercanía con la poesía y su último libro lo demuestra; basta
con un par de citas breves del capítulo sobre Thomas De Quincey: “La
hermana Jane vivió tres años. A su muerte, Thomas pensó que regresaría
igual que el azafrán”. O: “Ahora Thomas se despide de la infancia como
un califa de sus rosales”. Se trata de frases que no parecen cumplir una
misión narrativa, o más bien que exceden esa misión para internarse en
lo insondable poético, en ese afán de penetrar en el conocimiento
poético que se extiende más allá de la palabra, que se acomete
explorando, a través de la palabra, determinadas simas del lenguaje, y
que hacen estallar los órdenes de la comunicación cotidiana y nos
franquean el gozo de lo extraño donde se enrosca el conocimiento. Nos
son conocidos intentos de este tipo en grandes poetas de toda época,
desde Heráclito hasta Juan Ramón Jiménez o José Ángel Valente. (...)
'Versos enigmáticos, malestar en el paraíso'.
Un texto de Mariano Cruz García.
“En aquella época no pensaba en los muertos. Estos tardan en salir al encuentro de uno. Llaman cuando notan que nos hemos convertido en presas y es hora de ir de caza”.
Abofetea. Sus palabras tienen una rebeldía que seduce.
No atiende a norma alguna. Abrasa. Porque la frialdad de Jaeggy, quema.
¿Alguna vez han notado ese miedo, esa lejanía de la propia piel, cuando
tras unir los labios húmedos al hielo ellos mismos deciden que no
pueden despegarse? Parece que Jaeggy para estar cómoda hubiera elegido
la nieve, como lo hizo su querido Walser de quien tan cerca estuvo.
Visitó el manicomio donde el eterno paseante se hizo ingresar.
Jaeggy vagando también por los mismos valles de “gritos y silencios”:
“Todo era increíblemente bello”. Abstracta. Mejor, gusta más. Cambia de
voces cuando quiere. Acecha. “Cuando comienzo a escribir, no sé lo que
voy a escribir”.
'Proleterka, un abecedario personal'.
Un texto de Olvido Marvao.
Leo 'Proleterka' (2001): el lenguaje es simple, cortante, descriptivo. Podríamos decir que su aliento es frío,
pero esto podría hacernos creer que su lenguaje es insensible,
distanciado, y estaríamos equivocados. Porque el frío no es
insensibilidad ni lejanía sino despojamiento y concentración. El frío
nos deja sin nada, y en este dejarnos sin nada el frío apunta hacia
nosotros, nuestra carne, nuestra vida, nuestro tiempo. Todas las letras
nos tocan, todas las palabras nos cortan, todas las frases nos dicen. Si
el lenguaje está lleno, si las frases son desbordantes, allí sí habría
lejanía, tantas capas de sentidos para protegernos, tantos significados
desviándonos, defendiendo el núcleo del lenguaje –el núcleo: la mano
cerrándose en nosotros–. Pero cuando el lenguaje se queda sin nada,
cuando es él, solo él, sin otra cosa que ofrecer, en aquella aspereza,
en aquella mirada al frente, porque las palabras también pueden ser una
mirada al frente, entonces somos encontrados, apuntados, y ya no
podríamos ocultarnos en ningún otro sitio. (...)
'Un conocimiento en la más absoluta ajenidad'.
Un texto de Ana Hidalgo.
Frédérique, al fin me he atrevido a escribir tu nombre. Flor glacial, caricia para siempre aplazada, amor que se encuentra solo en el encierro.
Tu pronombre, Frédérique, TÚ, se escribe en mayúsculas, TÚ es la
palabra para ser calcinada y contrahecha, TÚ la inalcanzable, TÚ la tan
lejana, midons y gacela hermética. Tú has sido el lugar del
agostamiento, de las reclinaciones, del acaudalar palabras y fonación
para entregarla. Causa de escritura y de depuración, causa y coronación y
cura de toda enfermedad. Tú: la perfección. Un cuerpo pretendidamente
abstracto. Una red. Un margen. Una totalidad. (...)
'Frédérique. Un amor severo. A partir de Los hermosos años del castigo'.
Un texto de Laia López Manrique.
Inocencia no es una palabra inocente. Pregúntales a las niñas de Fleur Jaeggy y verás qué bien te lo explican –ellas
que pasan sus días por un filtro que apenas desea conocer el candor–.
Tampoco infancia es una palabra infantil. Infancia es un vestido blanco,
pero sucio, manchado de tierra o tinta. La inocencia es esa mancha y
las niñas de Fleur Jaeggy la adoran, crecen porque esa mancha está ahí,
porque sus dedos son azules después de haber escrito en sus cuadernos
que algo desbordante todavía no les pertenece, el amor, la muerte, todo
aquello que desconocen pero tientan, se arriesgan a sentir, se atreven a
nombrar escapando de la línea recta de la caligrafía, torciendo las
palabras. La infancia nombra y el tiempo ya se encargará del desencanto.
Las niñas recluidas en Appenzell lo intuyen. Las niñas, recluidas en
sus cuerpos, que no despuntan todavía, inventan un mundo en el que
ensuciarse para estar listas cuando les llegue el momento de salir.
Claro que inventar un mundo no es una acción inocente. Quien inventa un
mundo, lo hace sin remilgos; si no, no inventa nada, ni siquiera merece
la pena. Las niñas idean vivir. (...)
'Arder la inocencia'. Un texto de Alba Ceres Rodrigo.
En la especular soledad de su mismidad: Jane, Rachel y Botvid.
(Jane) La literatura de Fleur Jaeggy es una literatura
de muerte. Su voz nace de la tumba, como una flor del mal, y envenena
fatalmente a todo aquel que la toca, incluso si tan solo se trata de un
roce. Cuando empiezas a leerla es como si osaras traspasar la verja que
parece encerrar un encantado y nebuloso paisaje. Una vez en él, un aire
gélido es lo primero que te recorre tu cuerpo, como un presagio. Como un
mal presagio, como un repiqueteo de campanas llamando a difuntos. Todo
te resulta fantasmagóricamente onírico, como un mal sueño, como una
pesadilla con los ojos abiertos. Entonces te das cuenta de tu error. Lo
que parecía que iba a ser un recoleto vergel, donde podrías sentarte en
un banco para contemplar atardeceres crepusculares y ver pasar el lento
discurrir de unos solitarios y callados paseantes de tarde de domingo,
se revela como algo siniestramente diferente. Comprendes entonces que el
lugar en el que te has refugiado no es ese espacio apacible. Estás en
un cementerio. Y los paseantes que desfilan ante ti no son personas
vivas sino muertos, seres ignotos que salen de sus tumbas para
enfrentarse a sus recuerdos una vez más, para convertirte a ti mismo en
un jirón de su memoria fallecida. (...)
'El ángel de la guarda y Fleur Jaeggy', una aproximación.
Un texto de Nacho Cagiga (Spyros Manakis).
Susan Sontag dijo de Fleur Jaeggy que era una escritora radical. Que no se ajustaba a los intereses comunes. Una escritora
exaltante, intensa y cosmopolita. Sumemos a estos otros adjetivos que
sí se ajustan como un imán al frío y al metal de Jaeggy: su hermetismo y
sus palabras afiladas. Me pregunto si no existe una especie de
simbiosis o correspondencia entre su literatura y su vida para acabar
contradiciéndose, porque Jaeggy es contracción pero también es
contradicción. La literatura como espejo de la realidad. Espejo contra
espejo. (...)
'Spiegel im spiegel'. Un texto de Nuria Ruiz de Viñaspre.
La frontera, efectivamente. El límite como metáfora difusa de lo que se desenvuelve en una realidad furtiva y sin
nombre. Una economía libidinal de privación y frustración no exenta de
un goce perverso, incluso en buena medida abyecto, no solo por
proyectarse hacia fuera, hacia los otros, sino también por la tortuosa
beatitud de volverse sobre sí.
Ese goce viene de no saber distinguir
muy bien entre crueldad y afecto, por ejemplo, o entre cordura y
depresión; entre cautiverio y entrega, entre amor y helor, horror. Por
ello, esa realidad es como un conglomerado de situaciones diferentes
que, sin embargo, ya no parecen demasiado diversas porque, en última
instancia, están apuntando a una falta: falta de mundo, falta de objeto
preciso, determinado. Falta de ser que, no obstante, si apareciese,
acabaría –tal vez traumáticamente, también dolorosamente– con el
maleficio que tiene atrapada, sometida en su funesto –y ambiguo,
atractivo– sortilegio, a la realidad misma.
Solo de esa indeterminación vive la voz, se alimenta la narración. Ella es el puro origen del cuento.
De la falta, de la tara, de lo ausente, silenciado o muerto, de lo no
nacido, se nutre, pues, continuamente la escritura fantasmal y condenada
de Fleur Jaeggy, como los personajes de su obra a menudo viven de los
muertos, y estos quizás de ellos. Atraída hacia esa luz negra, la
ausencia hace de su prosa algo tan conciso, cristalino y lapidario como
un epitafio. Así son también los ojos que gustan a sus narraciones:
limpios, fríos, levemente deslucidos como por una dejadez o un desgaste
ontológicos: la serenidad de quien ya se sabe destruido. Son los ojos de
Johannes, por ejemplo, el padre de la muchacha narradora de Proleterka
(2001) (...)
'Fleur Jaeggy, fronteras infernales de la poesía'. Un texto de Alberto Ruiz de Samaniego.
(...) Fleur Jaeggy es una escritora difícil de clasificar y eso se hace más patente cuando se estudia su producción
artística. Se ha dedicado al drama, a la narrativa, a la ensayística y
también a la traducción. La autora no parece concederle ningún tipo de
interés a hacer públicas sus palabras, al igual que no le interesa
darnos a conocer su vida. Quizás esto no sea una mera casualidad, sino
un objetivo preciso que se ha propuesto. Vive la literatura desde dentro
y su vida desde la literatura, y hablar del aspecto autobiográfico es
doloroso, casi prohibitivo, como se resaltaba anteriormente. La autora
le dice a su lector que no hay parte de ella en las vidas que cuenta,
pero para el lector esas vidas son tan crudas que no concibe la pura
ficción. Este es el juego principal de la escritora con la literatura y
de la autora para con sus receptores. Y el juego nunca termina, como no
terminan sus libros, sus cuentos, sus historias. Se quedan siempre
suspendidos y no en el aire, sino en la tierra. Fleur Jaeggy consigue
que la literatura entre en el lector, no solo que la reciba, sino que
penetre de tal forma que esas palabras se conviertan en reflexiones y en
continuas conversaciones secretas e internas (...)
'Fleur Jaeggy, escritora letraherida'. Un texto de María Pilar Soria Millán.
El progreso diseña y distribuye mapas: guías de exploración y promesas de conquista y expansión de nuestros territorios.
La modernidad, que es movimiento acelerado en un espacio gradualmente
comprimido, depende de la cartografía. Lanza barcos al mar y espera que
regresen cargados de tesoros. Para encontrar un tesoro, y para volver a
casa, hace falta un mapa. Robert Louis Stevenson dibujó el mapa de la
Isla del Tesoro para guiar a sus imaginarios navegantes y los hermanos
Grimm enseñaron a Hansel a armar caminos de piedritas o migas de pan
para que no se perdiera con Gretel en el bosque. Un viaje sin mapa es un
viaje a ningún lugar. A un no-lugar exiliado de los mapas.
Fleur Jaeggy es la cartógrafa letal de los espacios de confinamiento,
esos no-lugares deliberadamente erigidos en el mundo para formarnos a
imagen y semejanza de quienes nos precedieron, es decir, para que
reproduzcamos el pasado; o para domesticar las pulsiones salvajes de
quienes podrían quebrar la supuesta armonía de este mundo. Los
no-lugares de Jaeggy no se mueven, excepto para repetirse. A esos
no-lugares no llegamos: somos depositados en ellos. A los personajes de
Jaeggy no es necesario enseñarles nada. Nacen con la desventurada
estrella de saberlo todo. No tienen curiosidad ni esperanza. (...)
'Un mapa de nieve (o cómo perderse en la literatura de Fleur Jaeggy'. Un texto de Mariel Manrique.