martes, 8 de abril de 2014

FLEUR JAEGGY. TEMBLOR DE LENGUAJE

FLEUR JAEGGY. TEMBLOR DE LENGUAJE

Ensayos y Collages inspirados en la literatura de la escritora Fleur Jaeggy
Editorial SHANGRILA TEXTOS APARTE: UN ESPACIO FUERA DE CUADRO.

Textos: 

Collages: 
Alicia Castilla (La La Frontera del Alba)

Ausencias y desvelos. Collages inspirados en Fleur Jaeggy
Por Alicia Castilla Márquez (La Frontera del Alba)

Ver todos los collages en "Fleur Jaeggy. Temblor de lenguaje":
http://shangrilaediciones.com/pages/bakery/swann-libros-2-102.php









 

 









El siglo XX creció con la herencia del concepto proustiano de evocación. Nadie como el escritor francés había sido capaz de hacer visible lo invisible a través de las palabras: música y sonidos, olores, sabores, contradicciones íntimas, delirio y psicosis, genealogías del caos... Pero si fue un hombre, Marcel Proust, quien creó una forma de moldear literariamente los conceptos de evocación y recuerdo, fueron dos mujeres, posteriormente, quienes redefinieron una manera balsámica de exorcizar las derivas de nuestro pasado... La primera fue la francesa Marguerite Duras; la segunda, la incisiva Fleur Jaeggy. La literatura de ambas autoras está habitada por fantasmas que atraviesan la frontera del tiempo. En el caso de Marguerite Duras, los fantasmas son los otros, pero nunca dejan de revolotear alrededor de la voz narradora. En el caso de Jaeggy, los fantasmas ya forman parte de la narradora, de la voz íntima que deja fluir su conciencia, y la voz única del yo siempre es una voz polisémica, colonizada por los fantasmas, por las vivencias del pasado. Una voz polisémica que se articula simbólicamente a través de las hermanas de 'El ángel de la guarda' ('L’angelo custode', 1971) y que en obras posteriores pasa a integrar un único cuerpo. (...)

'El tiempo en suspensión. Revoloteos alrededor del estilo literario de Fleur Jaeggy. Un texto de Faustino Sánchez


Cuando se termina una novela de Fleur Jaeggy uno no tiene la sensación de haber leído una novela corta. Sus narraciones se extienden más allá del espacio físico que ocupa el texto, en virtud de una extraña intensidad que brota de su escritura. Su estilo funciona como una serie de catas en el abismo, aunque cuantitativamente cortas, regresamos de esas lecturas con la sensación de haber contemplado la inmensidad. Lo mismo ocurre con sus relatos y en especial con su último libro publicado en castellano, 'Vidas conjeturales' ('Vite congetturali', 2009), un minúsculo volumen que recoge tres breves “biografías” de escritores y que es la expresión más perfecta hasta ahora dentro de su obra de esa escritura que lo dice todo sin apenas extenderse. Para que nos entendamos, no hablamos de un estilo condensatorio o impresionista, sino lúcidamente intenso. Otros han señalado su cercanía con la poesía y su último libro lo demuestra; basta con un par de citas breves del capítulo sobre Thomas De Quincey: “La hermana Jane vivió tres años. A su muerte, Thomas pensó que regresaría igual que el azafrán”. O: “Ahora Thomas se despide de la infancia como un califa de sus rosales”. Se trata de frases que no parecen cumplir una misión narrativa, o más bien que exceden esa misión para internarse en lo insondable poético, en ese afán de penetrar en el conocimiento poético que se extiende más allá de la palabra, que se acomete explorando, a través de la palabra, determinadas simas del lenguaje, y que hacen estallar los órdenes de la comunicación cotidiana y nos franquean el gozo de lo extraño donde se enrosca el conocimiento. Nos son conocidos intentos de este tipo en grandes poetas de toda época, desde Heráclito hasta Juan Ramón Jiménez o José Ángel Valente. (...)

'Versos enigmáticos, malestar en el paraíso'.
Un texto de Mariano Cruz García.
 

 “En aquella época no pensaba en los muertos. Estos tardan en salir al encuentro de uno. Llaman cuando notan que nos hemos convertido en presas y es hora de ir de caza”.
Abofetea. Sus palabras tienen una rebeldía que seduce.
No atiende a norma alguna. Abrasa. Porque la frialdad de Jaeggy, quema.
¿Alguna vez han notado ese miedo, esa lejanía de la propia piel, cuando tras unir los labios húmedos al hielo ellos mismos deciden que no pueden despegarse? Parece que Jaeggy para estar cómoda hubiera elegido la nieve, como lo hizo su querido Walser de quien tan cerca estuvo. Visitó el manicomio donde el eterno paseante se hizo ingresar.
Jaeggy vagando también por los mismos valles de “gritos y silencios”: “Todo era increíblemente bello”. Abstracta. Mejor, gusta más. Cambia de voces cuando quiere. Acecha. “Cuando comienzo a escribir, no sé lo que voy a escribir”.

'Proleterka, un abecedario personal'.
Un texto de Olvido Marvao.

Leo 'Proleterka' (2001): el lenguaje es simple, cortante, descriptivo. Podríamos decir que su aliento es frío, pero esto podría hacernos creer que su lenguaje es insensible, distanciado, y estaríamos equivocados. Porque el frío no es insensibilidad ni lejanía sino despojamiento y concentración. El frío nos deja sin nada, y en este dejarnos sin nada el frío apunta hacia nosotros, nuestra carne, nuestra vida, nuestro tiempo. Todas las letras nos tocan, todas las palabras nos cortan, todas las frases nos dicen. Si el lenguaje está lleno, si las frases son desbordantes, allí sí habría lejanía, tantas capas de sentidos para protegernos, tantos significados desviándonos, defendiendo el núcleo del lenguaje –el núcleo: la mano cerrándose en nosotros–. Pero cuando el lenguaje se queda sin nada, cuando es él, solo él, sin otra cosa que ofrecer, en aquella aspereza, en aquella mirada al frente, porque las palabras también pueden ser una mirada al frente, entonces somos encontrados, apuntados, y ya no podríamos ocultarnos en ningún otro sitio. (...)

'Un conocimiento en la más absoluta ajenidad'.
Un texto de Ana Hidalgo.



Frédérique, al fin me he atrevido a escribir tu nombre. Flor glacial, caricia para siempre aplazada, amor que se encuentra solo en el encierro.
Tu pronombre, Frédérique, TÚ, se escribe en mayúsculas, TÚ es la palabra para ser calcinada y contrahecha, TÚ la inalcanzable, TÚ la tan lejana, midons y gacela hermética. Tú has sido el lugar del agostamiento, de las reclinaciones, del acaudalar palabras y fonación para entregarla. Causa de escritura y de depuración, causa y coronación y cura de toda enfermedad. Tú: la perfección. Un cuerpo pretendidamente abstracto. Una red. Un margen. Una totalidad. (...)

'Frédérique. Un amor severo. A partir de Los hermosos años del castigo'.
Un texto de Laia López Manrique.

Inocencia no es una palabra inocente. Pregúntales a las niñas de Fleur Jaeggy y verás qué bien te lo explican –ellas que pasan sus días por un filtro que apenas desea conocer el candor–. Tampoco infancia es una palabra infantil. Infancia es un vestido blanco, pero sucio, manchado de tierra o tinta. La inocencia es esa mancha y las niñas de Fleur Jaeggy la adoran, crecen porque esa mancha está ahí, porque sus dedos son azules después de haber escrito en sus cuadernos que algo desbordante todavía no les pertenece, el amor, la muerte, todo aquello que desconocen pero tientan, se arriesgan a sentir, se atreven a nombrar escapando de la línea recta de la caligrafía, torciendo las palabras. La infancia nombra y el tiempo ya se encargará del desencanto. Las niñas recluidas en Appenzell lo intuyen. Las niñas, recluidas en sus cuerpos, que no despuntan todavía, inventan un mundo en el que ensuciarse para estar listas cuando les llegue el momento de salir. Claro que inventar un mundo no es una acción inocente. Quien inventa un mundo, lo hace sin remilgos; si no, no inventa nada, ni siquiera merece la pena. Las niñas idean vivir. (...)

'Arder la inocencia'. Un texto de Alba Ceres Rodrigo.
 


En la especular soledad de su mismidad: Jane, Rachel y Botvid.

(Jane) La literatura de Fleur Jaeggy es una literatura de muerte. Su voz nace de la tumba, como una flor del mal, y envenena fatalmente a todo aquel que la toca, incluso si tan solo se trata de un roce. Cuando empiezas a leerla es como si osaras traspasar la verja que parece encerrar un encantado y nebuloso paisaje. Una vez en él, un aire gélido es lo primero que te recorre tu cuerpo, como un presagio. Como un mal presagio, como un repiqueteo de campanas llamando a difuntos. Todo te resulta fantasmagóricamente onírico, como un mal sueño, como una pesadilla con los ojos abiertos. Entonces te das cuenta de tu error. Lo que parecía que iba a ser un recoleto vergel, donde podrías sentarte en un banco para contemplar atardeceres crepusculares y ver pasar el lento discurrir de unos solitarios y callados paseantes de tarde de domingo, se revela como algo siniestramente diferente. Comprendes entonces que el lugar en el que te has refugiado no es ese espacio apacible. Estás en un cementerio. Y los paseantes que desfilan ante ti no son personas vivas sino muertos, seres ignotos que salen de sus tumbas para enfrentarse a sus recuerdos una vez más, para convertirte a ti mismo en un jirón de su memoria fallecida. (...)

'El ángel de la guarda y Fleur Jaeggy', una aproximación.
Un texto de Nacho Cagiga (Spyros Manakis).


Susan Sontag dijo de Fleur Jaeggy que era una escritora radical. Que no se ajustaba a los intereses comunes. Una escritora exaltante, intensa y cosmopolita. Sumemos a estos otros adjetivos que sí se ajustan como un imán al frío y al metal de Jaeggy: su hermetismo y sus palabras afiladas. Me pregunto si no existe una especie de simbiosis o correspondencia entre su literatura y su vida para acabar contradiciéndose, porque Jaeggy es contracción pero también es contradicción. La literatura como espejo de la realidad. Espejo contra espejo. (...)

'Spiegel im spiegel'. Un texto de Nuria Ruiz de Viñaspre.
 

La frontera, efectivamente. El límite como metáfora difusa de lo que se desenvuelve en una realidad furtiva y sin nombre. Una economía libidinal de privación y frustración no exenta de un goce perverso, incluso en buena medida abyecto, no solo por proyectarse hacia fuera, hacia los otros, sino también por la tortuosa beatitud de volverse sobre sí.
Ese goce viene de no saber distinguir muy bien entre crueldad y afecto, por ejemplo, o entre cordura y depresión; entre cautiverio y entrega, entre amor y helor, horror. Por ello, esa realidad es como un conglomerado de situaciones diferentes que, sin embargo, ya no parecen demasiado diversas porque, en última instancia, están apuntando a una falta: falta de mundo, falta de objeto preciso, determinado. Falta de ser que, no obstante, si apareciese, acabaría –tal vez traumáticamente, también dolorosamente– con el maleficio que tiene atrapada, sometida en su funesto –y ambiguo, atractivo– sortilegio, a la realidad misma.

Solo de esa indeterminación vive la voz, se alimenta la narración. Ella es el puro origen del cuento.

De la falta, de la tara, de lo ausente, silenciado o muerto, de lo no nacido, se nutre, pues, continuamente la escritura fantasmal y condenada de Fleur Jaeggy, como los personajes de su obra a menudo viven de los muertos, y estos quizás de ellos. Atraída hacia esa luz negra, la ausencia hace de su prosa algo tan conciso, cristalino y lapidario como un epitafio. Así son también los ojos que gustan a sus narraciones: limpios, fríos, levemente deslucidos como por una dejadez o un desgaste ontológicos: la serenidad de quien ya se sabe destruido. Son los ojos de Johannes, por ejemplo, el padre de la muchacha narradora de Proleterka (2001) (...)

'Fleur Jaeggy, fronteras infernales de la poesía'. Un texto de Alberto Ruiz de Samaniego.
 


(...) Fleur Jaeggy es una escritora difícil de clasificar y eso se hace más patente cuando se estudia su producción artística. Se ha dedicado al drama, a la narrativa, a la ensayística y también a la traducción. La autora no parece concederle ningún tipo de interés a hacer públicas sus palabras, al igual que no le interesa darnos a conocer su vida. Quizás esto no sea una mera casualidad, sino un objetivo preciso que se ha propuesto. Vive la literatura desde dentro y su vida desde la literatura, y hablar del aspecto autobiográfico es doloroso, casi prohibitivo, como se resaltaba anteriormente. La autora le dice a su lector que no hay parte de ella en las vidas que cuenta, pero para el lector esas vidas son tan crudas que no concibe la pura ficción. Este es el juego principal de la escritora con la literatura y de la autora para con sus receptores. Y el juego nunca termina, como no terminan sus libros, sus cuentos, sus historias. Se quedan siempre suspendidos y no en el aire, sino en la tierra. Fleur Jaeggy consigue que la literatura entre en el lector, no solo que la reciba, sino que penetre de tal forma que esas palabras se conviertan en reflexiones y en continuas conversaciones secretas e internas (...)

'Fleur Jaeggy, escritora letraherida'. Un texto de María Pilar Soria Millán.
 


El progreso diseña y distribuye mapas: guías de exploración y promesas de conquista y expansión de nuestros territorios. La modernidad, que es movimiento acelerado en un espacio gradualmente comprimido, depende de la cartografía. Lanza barcos al mar y espera que regresen cargados de tesoros. Para encontrar un tesoro, y para volver a casa, hace falta un mapa. Robert Louis Stevenson dibujó el mapa de la Isla del Tesoro para guiar a sus imaginarios navegantes y los hermanos Grimm enseñaron a Hansel a armar caminos de piedritas o migas de pan para que no se perdiera con Gretel en el bosque. Un viaje sin mapa es un viaje a ningún lugar. A un no-lugar exiliado de los mapas.

Fleur Jaeggy es la cartógrafa letal de los espacios de confinamiento, esos no-lugares deliberadamente erigidos en el mundo para formarnos a imagen y semejanza de quienes nos precedieron, es decir, para que reproduzcamos el pasado; o para domesticar las pulsiones salvajes de quienes podrían quebrar la supuesta armonía de este mundo. Los no-lugares de Jaeggy no se mueven, excepto para repetirse. A esos no-lugares no llegamos: somos depositados en ellos. A los personajes de Jaeggy no es necesario enseñarles nada. Nacen con la desventurada estrella de saberlo todo. No tienen curiosidad ni esperanza. (...)

'Un mapa de nieve (o cómo perderse en la literatura de Fleur Jaeggy'. Un texto de Mariel Manrique.



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