martes, 15 de noviembre de 2011

MELANCOLÍA (Lars von Trier, 2011)
Depresión y fin del mundo



Unas poderosas imágenes ralentizadas y de gran belleza, subrayadas por una potente música, nos introducen en un estado de ánimo de extrema sensibilidad hacia el mundo interior y hacia el Universo, anticipándonos  la inminente destrucción de la Tierra por el choque con el planeta Melancolía. Manteniendo las reminiscencias del Dogma, cámara en mano y desenfoques encadenados, Lars von Trier nos presenta una lujosa boda entre Michael y Justine, llena de momentos políticamente incorrectos que van dinamitando la fiesta deliberadamente y desenmascarando la hipocresía entre familiares. 

El sufrimiento interior de la protagonista se va haciendo cada vez más fuerte, su estado depresivo y melancólico pende de un hilo, su fragilidad es desmesurada y sus ganas de vivir se van apagando poco a poco, perdiendo incluso las fuerzas necesarias para levantar el pie y meterse en la bañera. El director ha afirmado que Justine es su álter ego, al encarnar su depresiva visión de la vida. Su hermana Claire cuida de ella, en el mismo lugar en que se celebró la fiesta donde vive con su hijo y marido podrido de dinero, que ha pagado la desastrosa boda. Al mismo tiempo que vemos la preocupación de Claire por la salud de su hermana y su amor hacia su niño, nos muestran el desasosiego de ésta por el fin del mundo, en contraste con la indiferencia de Justine hacia la vida y la tranquilidad al sentir el fin de todo tan cerca; nadie nos echará de menos en el Universo, porque estamos solos.

Lars von Trier se aleja de la abstracción absoluta de Dogville, para querer incorporar torpemente demasiados elementos de distinta procedencia, como ese toque paranormal y mágico de Justine al decir "yo sé cosas..." sobre la inexistencia de vida en el Universo y al adivinar el número de alubias de un frasco. La escena final del Apocalipsis es tan potente y espectacular como artificiosa, pero te arrastra irremediablemente hacia el otro lado de la pantalla, entras en esa realidad mediante una hipnosis visual acompañada por una apocalíptica música in crecendo de una fuerza y volumen exagerado que hace vibrar el cine entero, finalizando con un gran estruendo que se siente muy dentro, todavía después de unos segundos de oscuridad; la oscuridad que deja la nada.


Una mezcla de referencias me llegan a la memoria al ver ciertas imágenes de Melancolía:



La escena de la fiesta tanto por sus colores e iluminación, como por el baile de la cámara entre los invitados recuerda, sin lugar a dudas, a Celebración de Thomas Vinterberg.

Y no solo en la forma, también imita la intención de esas confesiones descaradas en público de boicotear la fiesta.











El escenario exterior recuerda a los jardines de estilo francés de El año pasado en Marienbad de Alain Resnais, así como su disposición simétrica respecto del palacio, en este caso de la mansión de recreo.


Lars von Trier filma los paseos de los invitados entre los recortados árboles alineados desde la misma perspectiva.







Y con ansias desbordadas de querer mostrar a toda costa la imagen exitosa de las dos Lunas en la noche, nos la muestra desde puntos de vista opuestos. 


Y nuestra Luna solo se puede ver mirando hacia el Sur.













Quizás el tema de fondo haya sido inspirado por Sacrificio de Andrei Tarkovski donde una familia encerrada en una aislada mansión espera y teme una guerra que provocará la destrucción y pérdida de toda posesión material y espiritual. 


Se repite la figura del niño y de una mujer que se vuelve histérica por miedo a lo que vendrá.







Claro que la visión apocalíptica de Tarkovski y von Trier es completamente distinta, si bien uno sufre por la incertidumbre desde una visión existencialista, el otro es indiferente a la destrucción del mundo desde una mirada deprimente y melancólica de la vida.